Benedicto XVI a los jóvenes: «Tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe»
martes, mayo 17, 2011
"DEL BOTELLON...AL CONVENTO"
Una jóven madrileña cambia el “botellón” por un convento de carmelitas
Su historia aparece junto a otras nueve en el libro “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?”, escrito por Jesús García y que acaba de publicar ‘Libroslibres’.
Adriana estudió en el colegio Montealto de Madrid. Sus padres son buenos cristianos, “de misa y rosario diarios”, y llevaron a sus cinco hijos a “colegios cristianos, donde se nos diese una buena formación”. Recuerda que su padre “nos bendecía cuando nos íbamos a dormir haciéndonos la señal de la cruz en la frente”.
Con catorce años se planteó qué quería Dios de ella. Conocía el Opus Dei y pensó que ese podría ser su camino. Pero una amiga suya mayor le aconsejó que esperase y rezase. Y le dijo: “Dios contigo, o todo o nada”. Con esa edad, fue con su padre y un sacerdote a conocer el convento carmelita de san José, en Ávila, que le gustó.
Pero poco después empezó a ir con sus amigas a discotecas. Le gustaba bailar ‘hip-hip’, hacer ‘botellón’, beber, fumar... Con quince años empezó a dejar de ir a misa y se puso un ‘piercing’ en la lengua, pero sus padres le dijeron que o se lo quitaba o se iba de casa. “Sólo quería divertirme, y lo conseguía”. Sus padres estaban preocupados, porque muchas veces no dormía en casa. Hablaron con ella, pero “nunca me castigaron por esto o aquello. Habían puesto una semilla en mí y luego respetaron mi libertad. […] No les quedó más que rezar, ¡y rezaron mucho!”.
Hasta que un día “algo renació dentro de mí. Algo que me gritaba dentro, de golpe y muy fuerte. […] Aquella noche yo me sentí amada y todo cobró sentido. Tal y como yo era y en aquella situación, habiendo ‘pasado’ de Dios, Él me dijo: ‘Pues yo no ‘paso’ de ti, yo te amo, y aquí estoy’”.
Habló primero con su padre y luego con un sacerdote. “Me confesé y mi vida cambió radicalmente. Iba a misa todos los días. Era una necesidad, me faltaba tiempo para estar con el Señor, para experimentar y saborear esa sensación de sentirme tan amada”. Se levantaba a las seis de la mañana para ir a misa antes de clase. “Mis amigos no lo entendían. Me preguntaban si me había vuelto loca. […] Dejé de frecuentar las discotecas y de salir por la noche. Me conocía y no quería dejarme llevar”.
Poco después, pidió entrar en el Carmelo de San José (ver imagen). Sintió paz y “una alegría muy diferente y muy superior a la que tenía antes, que tampoco me faltaba. […] Es Dios el que vino por mí, y luché contra Él, porque esa voz que me llamaba aquí dentro la intenté acallar, pero no pude. No le busqué. Me buscó Él a mí. Soy una víctima de su misericordia. Nada más”.
La despedida de sus padres, hermanos y amigas fue dura. Pero ahora es feliz. “Yo aquí he encontrado todo. […] A mis padres y a mis hermanos les quiero y me siento aún más unida a ellos que antes, por eso no me faltan. Ni ellos ni mis amigas ni la diversión. Aquí lo tengo todo. Si tienes vocación, Dios te llena”. (fuente: www.ideasclaras.org)
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