Benedicto XVI a los jóvenes: «Tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe»

lunes, enero 23, 2012

EL SIGNIFICADO DE UNA SONRISA

José María Araluce Letamendía nació en San Sebastián y es el sexto en una familia de ocho hermanos. Estudió Biológicas antes de ordenarse sacerdote y era un buen jugador de rugby y pala. Su familia cobró trágica actualidad en 1976, cuando su padre, entonces Presidente de la Diputación de Guipúzcoa, era asesinado por terroristas a la puerta de su casa. Este hecho marcaría una huella profunda en su vida, como afirma en esta entrevista.

- ¿Cómo conoció el Opus Dei?

-Si la pregunta se refiere a cuando fui de manera estable por un centro del Opus Dei diría que fue durante el curso 76-77, cuando frecuentaba el Centro Cultural Amara de San Sebastián. Allí recibía los medios de formación cristiana que se impartían a chicos de bachillerato. Pero sería más realista decir que yo conocí el Opus Dei desde siempre. Mis padres eran del Opus Dei, y aunque ellos nunca me hablaron directamente de la Obra, el tono familiar, las costumbres de familia, el trato entre los hermanos, respondían al espíritu cristiano del Opus Dei.

Yo sabía que mis padres eran de la Obra. Pero a mí no me atraía mucho, porque, aunque no era mala persona, no me preocupaba entonces el trato con Dios. Admiraba a mis padres, porque conjugaban un trabajo muy intenso con sus deberes con Dios… Hasta que el día 4 de octubre de 1976 mi padre caía muerto en la puerta de mi casa, en el coche, por la balas de unos terroristas.

Escuché los disparos desde el comedor y bajé corriendo. Al salir del portal vi en el suelo los cuerpos de los tres policías de escolta de mi padre. José Mari, el chófer de la Diputación, también estaba en el suelo, aunque con vida. Me acerqué a la puerta de atrás del coche de mi padre, y le ví caído en el suelo del coche. Aún vivía. Le miré, me miró, se sonrió. En aquella sonrisa se reflejaba su paz interior, su amor a la voluntad Dios en ese momento en el que le estaba pidiendo la vida…

Desde aquel momento yo sólo quería una cosa: parecerme a mi padre; responder siempre que sí a la voluntad divina. Pienso que con este telón de fondo se contesta a mi decisión ante la vocación al Opus Dei, y al sacerdocio. A mi padre el Señor le pedía dar su vida en la política; solo le movía -en su carrera política- el conseguir el mejor bien para los guipuzcoanos en la Diputación, y para todo el país en las Instituciones. A mí el Señor me pide dar la vida, también entera, en servicio de las almas. El móvil de los dos es el mismo, aunque la voluntad de Dios para uno y para otro sea distinta.

-¿Qué sucedió luego?
En los momentos de dolor que siguieron a la muerte de mi padre, comprobé cómo los miembros del Opus Dei trataban a mi madre con auténtico cariño; se preocupaban de darnos a todos los hermanos y a mi madre el aliento sobrenatural que en esos momentos nos hacía falta. Yo estaba acostumbrado a ver el odio de la gente por el mero hecho de pensar de modo distinto en política.

Cuando comencé a ir por un centro del Opus Dei, Amara, vi que la gente te quería, que convivían personas que pensaban de modo muy distinto en política. Esa convivencia llena de cariño yo sólo la había visto en mi familia, y por eso me atrajo tanto. Era un cristianismo alegre, vivido en las mismas circunstancias en las que yo me había movido hasta entonces sin ser del Opus Dei".

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