Transcribo la carta semanal del Arzobispo de Oviedo que deja muy clarito como podemos ponernos manos a la obra en tiempos de crisis y como despejar esa "X".
Queridos hermanos y amigos: paz y bien.
Estamos en momentos duros en los que las noticias luctuosas no están sólo en la sección de esquelas, sino que los sucesos atraviesan las páginas alarmadas y convulsas de la vida cotidiana. La sombra del índice de paro que con los números de la verdad sin maquillaje sigue creciendo en contra de un trucado pronóstico; la inflación en el gasto público frivoliza con iniciativas y dietas que engordan el despilfarro y adelgazan la mesura; la deuda exterior nos abronca con advertencias vinculantes de vigilancia impuesta; las medidas insuficientes llegan tarde, dando la razón a los presuntos antipatriotas que desde el análisis económico sin siglas de partido las reclamaron a tiempo; el morbo del desencanto en tanta gente ve con estupor el sin norte en el que estamos… Este es el paisaje plomizo que nos hurta el asomarnos a la luz del final del túnel.
No faltan flautistas de la nada que intentan distraer, una vez más, con legislaciones para la polémica en donde se regula con severidad lo que nadie discutía, ni sufría desorden, ni pedía una modificación censuradora. Pero mientras se polemiza con algunas monsergas a las que es fácil entrar a su trapo en este ruedo ibérico tan nuestro, quedamos enredados en cuestiones secundarias e incluso bizantinas. Es la deriva de un estatalismo creciente en detrimento de una sociedad menguante: demasiado Estado de la ideología y poca sociedad con su legítima iniciativa.
El domingo pasado, festividad del Corpus Christi, lo dije con respeto en la homilía: este año, la necesidad hambrienta no es un fantasma retórico, no es un supuesto lejano en el tercer o cuarto mundo, no es un látigo de toma y daca para el desgaste político de quienes nos gobiernan. Lamentablemente, la necesidad hambrienta con todos sus nombres es algo mucho más concreto y más cercano que afecta a tantas personas en el seno de nuestras familias y amistades, de nuestros vecinos y conciudadanos. Como nuestra Cáritas no deja de narrar en el compromiso cotidiano con los últimos, la Iglesia está bien arremangada –sépanlo bien quienes lo ignoran-, y nuestras sedes católicas de las distintas parroquias, comunidades y asociaciones salen al encuentro real de quienes lo pasan de veras mal, sin demagogia ni paripés. El pueblo cristiano lo sabe bien: el amor a Dios y el amor al hermano, son amores distintos pero del todo inseparables. Por eso, desde nuestro compromiso eclesial con los pobres y desde nuestra apuesta cristiana por la justicia, podemos decir que la crisis que sufrimos y que tanto castiga a los más necesitados no es un problema de recursos sino problema de gestión.
Nuestra denuncia de la mala gestión no tiene aspiraciones ni motivaciones políticas (por aclararlo a quien lo tiene confuso) sino que pasa al compromiso creyente con los últimos: acogerles con las puertas abiertas, remediar su penuria según nuestras posibilidades, ayudarles a encontrar lo que realmente necesitan, y ser cauce e instrumento para salir adelante. Por esta razón, y por tantos (verdaderamente tantos), pedimos que en la declaración de la renta se marque la casilla de la Iglesia Católica con la “x” que despeja una posibilidad de ayuda: pedimos que nos ayuden a ayudar. No es una prebenda, ni una limosna, ni un privilegio, ni subvención partidista o sindical, sino un modo de ayudarnos para que podamos seguir ayudando de tantos modos al personal más tocado y hundido. No se trata de la concesión de un gobierno, sino decisión soberana del pueblo soberano que decide así que el 0’7 % de la recaudación sea puesta en manos de la Iglesia a fin de que la comunidad cristiana pueda ayudar. Es la “x” que no indica un empate, sino la victoria en beneficio de los que menos tienen. Dios os lo pague.
Recibid mi afecto y mi bendición.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Adm. Apost. de Huesca y de Jaca
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