Benedicto XVI a los jóvenes: «Tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe»

viernes, octubre 07, 2011

Y ahora...¿qué?



DESPUES DE LA JMJ NOS PREGUNTAMOS ¿POR DONDE EMPIEZO?. Este artículo refleja un buen comienzo.
MADRID 2011…punto de partida

“En estas pocas palabras van resumidas, pienso, las experiencias de estas jornadas mundiales, que desembocan en llevar a Cristo hasta el último rincón del mundo.



“Buscar a Cristo” define el primer paso. El amor comienza siempre como una búsqueda, que conduce a un trato personal, en la intimidad: “Pasa como con el noviazgo –explicaba San Josemaría a esos jóvenes–: el trato es necesario, porque, si dos personas no se tratan, no pueden llegar a quererse. Y nuestra vida es de Amor” (Forja, n. 545). Es necesaria una apertura del corazón, no es algo mecánico, programable: rezo para que se dé en muchos, con la gracia del Espíritu Santo y la ayuda de la auténtica amistad humana.

“Encontrar a Cristo” es ya arraigarse más y más en Él, como el sarmiento a la vid (Jn 15, 1-8). “Estar arraigados en Cristo —explica Benedicto XVI en el Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud— significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra (…); escucharle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida”.

“Amar a Cristo”, en fin, supone ya gozar de esa savia que da sentido y fuerza para querer a los demás y desear amar más y más; es ya estar “edificado” en Cristo, dejar que el Espíritu Santo construya en nosotros la imagen del Verbo encarnado que se ofrece por todos. El nuevo dinamismo al cual nos llama el Papa significa buscar el perdón en el Sacramento de la Reconciliación, para recibir ese amor, un sacramento que el mismo Benedicto XVI mismo celebrará en Madrid, como elocuente testimonio de la misericordia divina. Y ese amar exige dejarse amar por Jesús en la Eucaristía, para llevarle después a muchas otras personas. “

(20 de agosto de 2011 Mons. Javier Echevarría // La Razón)

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